Viernes tarde de carnaval. Después de una ajetreada semana y aún el cansancio, he quedado para hacer un café en el centro. Espero al autobús, mientras mi cerebro va dando vueltas a miles de cosas y repasando ya , la agenda de la próxima semana. Llega el bus, distraída me subo y me encuentro al conductor con una larga peluca roja y una nariz de payaso. Se me escapa una sonrisa.
Allí sentada en el bus camino al centro, me doy cuenta que en cada parada al subir los pasajeros, sonríen al ver al conductor. Todos cambian su actitud , se relajan. Esas caras grises por un instante se iluminan, por un instante dejan de sentirse engullidos por el ritmo frenetico de la ciudad. Son sonrisas francas, puras, instintivas , esa clase de sonrisa que puede cambiarte el día. La felicidad instantanea.
Con otro humor llego al centro y con esa alegría inesperada me reúno con mis amigos para pasar la tarde. El cansancio parece haberse esfumado.