lunes, 6 de mayo de 2013

El lector errante



Hace un tiempo que  de vez en cuando tropiezo con él.  Parece ser que va dando vueltas por el barrio sin rumbo aparente.  Es un hombre singular.  Raro, diría yo. 

La primera impresión es de  un vagabundo aunque algo no acaba de encajar. Si te fijas  mejor te das cuenta que su ropa es correcta, pantalones de pana y chaqueta a cuadros, quizá un poco envejecida, pero el problema al conjunto es la pose. Va semicurvo, cabizbajo y arrastrando los pies. Pero hay más, lo que verdaderamente choca es que en su mano derecha lleva un libro. El cual va leyendo mientras deambula en su eterno paseo.No he sido capaz de averiguar si realmente ha conseguido una técnica para poder leer y andar simultáneamente, o si simplemente pasea a su querido amigo.  Y todo ello sin tropezarse, porque   jamás le he visto  levantar la cabeza de su libro. Como decía, es un hombre singular. 

Ahora, acostumbrada a él, ya no le temo, ni se apodera de mi esa repulsa que sufrimos las personas ante la visión de lo gretesco. Ahora, cuando tropiezo con él se me dibuja una media sonrisa. Se ha convertido en algo familiar aunque ajeno a la vez. Son de esas personas que acaban un poco convirtiéndose en decorados de nuestra vida.  Ese hombre, cuyo nombre y circunstancias desconozco, despierta en mi curiosidad. No es el típico personaje que entristece al verle, al revés, provoca una alegre melancolía porque de alguna forma es feliz. Simplemente, aunque no  lo podamos entender,  es un hombre que decidió vivir en otro mundo. Un mundo lleno de  paseos y lecturas. Un hombre que decidió ser:  un lector errante.