La vida desde hace un tiempo va
demasiado rápido. Esa vieja locomotora
que me exasperaba ahora es de alta velocidad, supersónica, incluso. Ayer es el
año pasado, mañana ya es hoy. Así, sin darte cuenta, pestañeas y ha pasado un
mes, si cierras los ojos un momento te ha volado el año. Tanta velocidad asusta, esa sensación de vértigo que marea. ¿Dónde
está el botón de emergencia para poder
parar un momento? Un pause, para coger aliento.
Sensaciones contradictorias, como
si se escapara el tiempo, la vida, los momentos entre los dedos. Una corriente
de aire que te envuelve y te despeina sin tener tiempo a reaccionar. Y luego la
calma, con tu abrigo desajustado y el pelo revuelto, con el único indicio de
las hojas escampadas en mitad de la nada.
Parece que la monotonía lo invade
todo y sin embargo si repasas los
hechos, si miras el álbum reciente de
los recuerdos, recopilas mil anécdotas y mil sonrisas. Y te sientes feliz. Pero
inexplicablemente, a su vez, parece todo tan lejano, como un sueño que no
aciertas a recordar bien. ¿Realmente es mi vida o sólo soy espectador de ella?
Ya no hay tiempo para la
incertidumbre. No hay tiempo para pensar. Sólo mirar el paisaje difuminado a través de la ventana
de este tren que no sabes a dónde va.