Perdida en mis pensamientos
mientras mis ojos vagan a través de la ventana del autobús, somnolienta,
aprovechando esos minutos robados del trayecto al despacho para mantenerme en
letargo, mis neuronas siguen a medios gas. ¡Como me cuestan las mañanas! En un
momento tendré que aparentar ser normal, peor aún, ser una persona eficiente. Los días
deberían empezar a eso de media mañana…
Mientras divago en mis holgazanes
pensamientos de repente me doy cuenta de que el autobús va bastante lleno y hay
varias personas mayores de pie. En un pequeño sobresalto me levanto y cedo el
asiento a una señora.
- Siéntese.
Al mismo tiempo como si fuera un
baile sincronizado otra chica también se ha levantado para ceder su asiento a
otra anciana.
- ¿Quieres sentarte?
Mi cara, no puedo evitarlo, es de
estupefacción. No me acostumbro. Eso de tutear a un anciano me descoloca totalmente.
Me chirría profundamente. Aunque nadie
más parece asombrarse y la realidad es que muchos utilizan
el tuteo para todo y todos en una relajación desmesurada de las formas y
modales. A mí no me sale, soy incapaz, creo que ni
queriendo podría tutear a un anciano. De hecho, algunos clientes de cierta edad, pese a la confianza, han tenido que solicitarme varias veces que les tutee, pero es que
por mucho que lo intento al final se me escapa el tratarlos de usted.
El Usted pronto será una
reminiscencia, un lenguaje antiguo de tiempos en que el extraño se diferenciaba
del conocido y el ámbito personal era solo para los amigos. No deja de ser irónico que hoy que recelamos
de nuestra privacidad, de la invasión ilegítima de nuestra intimidad, de la ley
de protección de datos con sus farragosos protocolos, dinamitemos el lenguaje y sus
mecanismos para diferenciar precisamente las esferas personales. Nosotros mismos invadimos el espacio ajeno con
el insistente y generalizado tuteo. ¿Dónde queda el respeto y la educación si el mecanismo que había para matizar las relaciones ya no existe? El usted
como algo ajeno o incluso burla. Como aquel profesor de universidad que se ofendió y echó de clase a una alumna cuando ésta se dirigió a él de ud en su
primer día. (verídico)
Si se empobrece la lengua se
empobrece el pensamiento.
“Vuelve mañana”. Esa sería la respuesta que recibiría Fígaro
–popularizado por Mariano José de Larra– si hoy acompañara al señor Sans-délai
a resolver sus papeleos familiares. “Vuelve mañana”, le diría la asistenta del
genealogista. “Vuelve mañana”, le respondería el portero. “Vuelve mañana”, le
aconsejaría el funcionario..