Las
14h de un viernes, hora de plegar. Con la rutina de siempre, apago el
ordenador, la lámpara de mesa, recojo mi bolso, cojo la cartera, y apago la luz
de pie.
En
esa medio oscuridad interrumpida por tímidos rayos de sol que entran por la ventana
interior, observo los contornos de las estanterías, normalmente repletas de
archivos y hoy semivacías. La mesa, normalmente fuente de criticas por su
desorden y acumulación de documentos, hoy parece abandonada y el blanco
olvidado de su madera resplandece. Ya no hay papeles en el mural de la pared,
ni la fotografía en la repisa. Ese
despacho, pequeña habitación que ha sido fuente de inspiración , aprendizaje,
nervios, victorias y derrotas durante más de cuatro años, ahora perece ajeno,
extraño, como si nunca me hubiera pertenecido.
Cruzo
el umbral, cierro la puerta con su placa, bajo por ultima vez en el ascensor destartalado, atravieso el
gran vestíbulo, abro la pesada puerta
y salgo. La calle, el ruido de los coches, la
panadería, el bar de la esquina, todo me
es ajeno, ya no es mío.
Subo
al autobús y cruzando la Diagonal me alejó de un final. Y aunque me sorprende
un poco, no siento nostalgia. Se inicia
una nueva historia, de momento llena de incertidumbre e ilusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario