martes, 2 de octubre de 2012

Pingüinos



Aquí desde las alturas los veo pasar. El gran ventanal de mi despacho es el único escaparate que me conecta con el exterior durante horas.  Un pedacito del mundo. La Diagonal con su tráfico, los edificios de oficinas, la gente siempre con prisas, el árbol justo de enfrente, alto y delgado, danzarín cuando sopla  viento. Y por supuesto, los que más llaman mi atención, los pingüinos. Con sus trajes oscuros, sus camisas claras y sus corbatas de colores.

Los hay gráciles, y los hay toscos. Los serios y elegantes.  Los que siempre llevan prisa. Los que parecen sin rumbo... A veces van solitarios, otras como  al mediodía  se concentran en grupos, recorriendo la Diagonal, en busca de comida.

Me divierte verlos desde mi ventana. A esta altura no se distingue más que sus inconfundibles colores  y su peculiar andar.  Desde aquí solo veo  una ciudad llena de  pingüinos.

Libros



Por fin han regresado. Por fin los tengo conmigo de vuelta a casa. Miro satisfecha la librería hasta hace poco vacía.  Mis queridos libros  me siento feliz de reencontraros. Los he sacado con mimo de sus cajas donde han estado presos, oscuros y solitarios demasiado tiempo. Con delicadeza les quito el polvo acumulado. Es tan reconfortable el roce de sus tapas, sus hojas amarillentas. Algunos hace tanto que me acompañan...

Decido su estante con tiento. Hay que cuidar los detalles, no es acertado poner al romántico Bécquer con el sarcástico Wilde. Éste congenia más con Unamuno. Delibes se sociabiliza bastante, y la siempre perspicaz Agatha desconcierta a Doyle. Los Bestsellers van a parte son demasiado ruidosos y predecibles, perturbarían a Manrique o Machado.   No, éstos van aparte, un estante para ellos  y sus griteríos, batallas, pesquisas y amores .

Platero y el Principito enseguida  hacen amistad. Pondremos también a Marcelino. Cuantas veces he leído sus historias, y siempre consiguen encogerme el corazón.  Su dulzura e ingenuidad  desbordan el alma.

Y viéndolos  no puedo evitar preguntarme cómo alguien puede sustituirlos por una fría pantalla. Un cacharro sin vida ni calidez, que no vislumbra ni un ápice de la historia que aguarda.   No podría. 

Cada uno de ellos tiene su historia, no sólo la que cuentan sus paginas sino la que hemos vivido juntos. Las emociones que despiertan, los susurros de sus tapas roídas, la tinta desgatadas de las anotaciones hechas... 

Recuerdo cundo mi padre me regalo , a los seis años, ese libro desconcertante por no tener dibujos. Lo temí durante años para descubridlo, ya de mayor, y amarlo como a ninguno. O esos  flechazos instantáneos, amores descubiertos en alguna librería. Esas risas apagadas de las ocurrencias  en Macondo.  Esos, en definitiva, momentos de intimidad únicos que sólo un libro puede darte. 

Que puede esperarse de una pantalla que almacena decenas de historias pero que no ama a ninguna. Leer i olvidar. Un desahogo fugaz y pasajero, sin amor. Frío, como es la pantalla que lo proyecta.  Quizás para los bestseller serviría. Pero para las historias que marcan , las de verdad,  no podría, necesito el tacto, el cariño de unas paginas ya conocidas. Esas tapas e ilustraciones familiares. Una relación duradera, un amor que es amistad, compañía y consuelo.   Un Libro.