Aquí
desde las alturas los veo pasar. El gran ventanal de mi despacho es el único
escaparate que me conecta con el exterior durante horas. Un pedacito del mundo. La Diagonal con su
tráfico, los edificios de oficinas, la gente siempre con prisas, el árbol
justo de enfrente, alto y delgado, danzarín cuando sopla viento. Y por supuesto, los que más llaman mi
atención, los pingüinos. Con sus trajes oscuros, sus camisas claras y sus
corbatas de colores.
Los
hay gráciles, y los hay toscos. Los serios y elegantes. Los que siempre llevan prisa. Los que parecen
sin rumbo... A veces van solitarios, otras como al mediodía
se concentran en grupos, recorriendo la Diagonal, en busca de comida.
Me
divierte verlos desde mi ventana. A esta altura no se distingue más que sus inconfundibles colores y su peculiar
andar. Desde aquí solo veo una ciudad llena de pingüinos.
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