Con Carnaval pasa como con la
Navidad, o se odia o se ama. El carnaval
era la última “farra” antes de Cuaresma, época de sacrificio y abstinencia.
El desmadre por antonomasia que aunque con el paso de tiempo ha ido perdiendo
su razón de ser religiosa, ha mantenido
su espíritu desenfadado. Hoy en día sigue siendo una fiesta de diversión y
alegría, de reírse de uno mismo y por qué no de los demás. De la picaresca y la
caricatura. Para mi es la
escusa para poder esconderte tras un disfraz y sacar al sinvergüenza que llevas
dentro; olvidarte por un día del estrés y el trabajo. Así que como una niña pequeña espero el día
con ansia, eligiendo el disfraz, buscando sus complementos e intentando ir lo
más apañada posible. Hay que meterse en el papel!
A veces los mayores también
necesitamos desmelenarnos y divertirnos como cura y terapia de la rutina tediosa. Si la Navidad salvaguarda
nuestra parte infantil e inocente, Carnaval rescata nuestro lado canalla. Ambos
son importantes de mantener y conservar para no acabar siendo unos viejos
gruñones demasiado pronto. Os insto a
perder la vergüenza y a disfrazaros, hay que saber reírse de uno mismo para ser
feliz.
Reíd y disfrutad!!
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