Y así de repente, sin
comunicación previa ni preaviso alguno, se presenta de nuevo, retorciéndome las
articulaciones y amartillándome el cerebro. La nariz goteando, roja, como un
payaso. Los ojos hinchados y doloridos. Me siento como una piltrafa, no puedo
con mi alma. Ayer me encontraba bien…
Cuando creía que la había vencido
por esta temporada, vuelve mi amante más acérrimo, añorándome, amándome intensamente,
enganchándose a mí como un niño aferrado a las faldas de su madre. Sólo era una tregua pasajera, una táctica de
combate engañosa para pillarme confiada y yo he caído en su emboscada
nocturna sin posibilidad alguna de defensa.
Como un desecho humano me
arrastro con mi arsenal de kleneex en
busca del milagro: Paracetamol.
Las gatas siempre leales me miran con cara de preocupación, a su manera
me dicen que no me preocupe que ellas me cuidan, que todo irá bien, que no
exagere que no me muero.
Así tumbada, tapada hasta las
cejas, con las gatas a los pies, tiritando y un dolor de cabeza insoportable,
voy perdiendo la conciencia poco a poco…
Hasta que un ruido infernal me despierta del sopor y me vuelve a la realidad:
el despertador. Quiero llorar, patalear
como un niño que no quiere ir al colegio, por unos segundos hago ver que no lo
he escuchado, que me quedo dormida. Pero
no, la conciencia recobrada me impide la farsa y a tientas, con un esfuerzo
casi sobrenatural, consigo levantarme. La impotencia se apodera de mí y me siento
desfallecer. Entonces recuerdo que es
viernes, solo tengo que aguantar unas pocas horas de la mañana, he de ser
fuerte, yo puedo!
Todavía no sé como consigo
vestirme, salir de casa, coger el bus y llegar al despacho. Enciendo el
ordenador y al mirar fugazmente el calendario de sobremesa lo veo claro, es viernes 13.
Ahora lo entiendo todo!
Ahora lo entiendo todo!
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