miércoles, 13 de junio de 2018

Amigas de pasillo



En mi habitual corretear por los pasillos del juzgado (algún día conseguiré no llegar tarde a todo  y poder ir relajada) oigo mi nombre. Me paro en seco, entre la multitud y el bullicio habitual vislumbro una cara conocida. Un grito de alegría se  me escapa.

¡Cuánto tiempo! ¿Qué tal todo? ¿Vas o vienes? Yo entró ahora a un juicio… En cinco minutos  esas dos compañeras de batallas universitarias nos ponemos al día de la vida y del trabajo pero cuando nos estamos animando  me doy cuenta de la hora.  

¡Llego tarde!– digo  mientras  inicio la carrera.
Nos vemos…- oigo ya en la lejanía.

Para colmo el juzgado se ha equivocado y no se celebra en la multiusos como nos habían notificado sino en sala, eso supone cruzarse todo el edificio. Los arquitectos debieron pensar que  a los abogados nos falta hacer ejercicio…  

Como alma  que persigue el diablo vuelvo a la carrera. Siempre igual, la última sala del último pasillo. Llego con la lengua fuera, poniéndome la toga sobre la marcha y exhausta.  ¡Y como siempre  van con retraso! Tanto correr para nada.  Pese a ello, dejo mis cosas en el banco mientras sonrío pensando en mi amiga . ¡Hacía mucho  que no nos veíamos! Ese pequeño encuentro me ha alegrado  el día. Y es que la vida a veces nos  distancia de personas con las que te llevas bien,  con las que se congenia de forma especial,  aunque cada uno tenga sus circunstancias y  modos de vida diferentes. Amistades que se mantienen pese a los años y la vida gracias a pequeños encuentros por  los pasillos del juzgado.

Me doy cuenta de que la abogada contraria  no entiende nada y me mira raro. Antes de que piense que estoy loca, sin perder mi sonrisa, la saludo y empezamos hablar del caso. 

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