En mi habitual corretear por los
pasillos del juzgado (algún día conseguiré no llegar tarde a todo y poder ir relajada) oigo mi nombre. Me paro en
seco, entre la multitud y el bullicio habitual vislumbro una cara conocida. Un
grito de alegría se me escapa.
¡Cuánto tiempo! ¿Qué tal todo? ¿Vas
o vienes? Yo entró ahora a un juicio… En cinco minutos esas dos compañeras de
batallas universitarias nos ponemos al día de la vida y del trabajo pero cuando nos estamos animando me doy cuenta de la hora.
¡Llego tarde!– digo mientras inicio la carrera.
Nos vemos…- oigo ya en la
lejanía.
Para colmo el juzgado se ha equivocado
y no se celebra en la multiusos como nos habían notificado sino en sala, eso
supone cruzarse todo el edificio. Los arquitectos debieron pensar que a los abogados nos falta hacer ejercicio…
Como alma que persigue el diablo vuelvo a la carrera. Siempre
igual, la última sala del último pasillo.
Llego con la lengua fuera, poniéndome la toga sobre la marcha y exhausta. ¡Y como siempre van con retraso! Tanto correr para nada. Pese a ello, dejo mis cosas en el banco mientras
sonrío pensando en mi amiga . ¡Hacía mucho que no nos veíamos! Ese pequeño encuentro me ha alegrado el día. Y es que la vida
a veces nos distancia de personas con
las que te llevas bien, con las que se
congenia de forma especial, aunque cada uno tenga sus circunstancias y modos de vida diferentes. Amistades que se mantienen pese a los años y la
vida gracias a pequeños encuentros por los pasillos del juzgado.
Me doy cuenta de que la abogada contraria
no entiende nada y me mira raro. Antes de que piense que estoy
loca, sin perder mi sonrisa, la saludo y empezamos hablar del caso.
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