jueves, 5 de mayo de 2011

Absurdidades

Otra vez en mi oasis de la Ciudad de la Justicia.
Hoy como tengo tiempo, decido sentarme en una de las mesas y desayunar tranquilamente, en vez del habitual cortado rápido en la barra.
Mientras espero, voy contemplando a los distintos especímenes que se encuentran allí. La mayoría hombres y mujeres trajeados como es habitual, y algún que otro funcionario.  No obstante, hay algo extraño en el ambiente que no acabo de discernir.
 Me fijo en una mesa al fondo con cuatro mujeres, bien vestidas y muy “puestas”, que no paran de hablar animadamente de asuntos parece ser domésticos y triviales. Si la imagen fuera en cualquier otro lugar la escena sería soez y   típica de un sketch de marujas.  Pero aquí parecen uno de los murales de Jordi Labanda.
Rápidamente, mi atención se desvía a la gran mesa redonda que preside la estancia. Hay sentados unos hombres  extranjeros, parecen un grupo de científicos intelectuales, aunque supongo que hablan de negocios.  Pero hay algo más, hay algo en ese grupo que  me desconcierta y atrae especialmente. Por fin lo veo. Lo que tanto me extraña es que todos ellos están tomando  té.
La imagen es de lo más surrealista: un grupo de treintañeros trajeados, con su peinado perfecto, sus gafas de pasta, hablando de negocios alrededor de una mesa bebiendo  té.
Después de la primera impresión, y por mucho que lo intento, no puedo evitar contemplarles y seguir sus ceremoniales movimientos. Entonces me doy cuenta de algo más. Cada uno  tiene una tetera individual muy zen, que no  acompaña  una delicada taza como sería de esperar,  sino  a un gran vaso de cristal como los que se suelen usar para tomar refrescos. Puede parecer descabellado, extraño y de mal gusto, pero aquí en este oasis de absurdidades le da un toque único, inusual e innovador.
Acabo mi desayuno, y mientras espero en la barra para pagar, me percato que esta mañana la mayoría de los hombres, trajeados  y con maletín,  están bebiendo té.  Aún atónita empujo la puerta de cristal para salir a la calle, y unas grandes risas de las mujeres labanda me despiden. Una extraña sensación me acompaña toda la mañana.

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