Allí en el cruce infernal de diagonal con Roger de Lluria, dónde las calles se vuelven caminos tortuosos y peligrosos , los coches se convierten en diablos. Observo , como un aturdido y probablemente perdido coche extranjero frena con el semáforo a punto de ponerse en rojo. Acto seguido , enloquecidos , el resto de vehículo lo pitan embravecidos, en un ensordecedor gruñido aterrador. El pobre tras uno segundos de confusión arranca, encontrándose en mitad de la calzad con los vehículos que giran de la otra calle. Y allí, de forma improvisada, se alza una batalla digna de grandes guerras. Armados de sonoros cláxones y soeces palabras de una agresividad que matan. Dejan al pobre giri aturdido, herido y sin posibilidad alguna de componerse de semejante ataque, huyendo como puede de tan salvaje jauría.
Quizás venia con la idea que aquí vivimos con calma, que paramos a media mañana ha tomar el dúo cedimos café, que descansamos dos horas para comer, que nos echamos la siesta, que la puntualidad no es una virtud, y que entre vermúes, tapas , meriendas y copas perdemos la mayoría de las horas del día. Pero ha aprendido de forma amarga que no tenemos tiempo que perder ,sobretodo si es conduciendo, y que esperar un minuto marca la diferencia, que esperar al semáforo en verde puede tener consecuencias gravísimas en nuestra vidas y nuestro que hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario