Subo al bus como cada mañana. Y como cada mañana me saludan las mismas caras adormiladas. Más o menos somos siempre los mismos, y con el tiempo te acabas conociendo de una forma peculiar.
Es gente con la que nunca has hablado, no sabes sus nombres, y sin embargo les conoces. Son caras cotidianas y familiares.
La mujer rubia que lleva a su niño al cole y luego viene corriendo a coger el bus. La chica casi niña que siempre va muy mona que escucha música. La mujer con coleta que cada mañana se pasa el trayecto hablando por teléfono. La pareja ejecutiva que va juntos al trabajo repasando informes. El hombre grueso que va leyendo el periódico. La pareja de ancianos en el que ella siempre se sienta y él por ese orgullo banal de la vejez, prefiere permanecer de pie.
La mujer con su hijo con algún síndrome que le acompaña al centro. El chico siempre hace unos movimientos con los dedos continuos y de vez en cuando suelta sonidos guturales que sobresaltan a los viajeros.
Las tres mujeres maduras, que deben rondar la sesentena y siempre están parloteando. Estás son mis preferidas. Cada día se suben juntas, se reparten sus asientos juntas, y parlotean de todo.
Con el tiempo me he dado cuenta que de escucharlas, hablan bastante alto. Sé de ellas muchísimo! Sé que trabajan en tiendas de moda de la zona alta, sé los hijos que tienen, incluso sus nombres. Sus jornadas maratonianas y lo complicado de compaginarlas con la familia. Como se han repartido las fiestas de navidad. La preocupación por el divorcio de uno de los hijos, la novieta del otro, las anécdotas con los clientes, etc.
Lo que me llama la atención es que no nos conocemos, nunca nos hemos saludado ni presentado. Por contra tengo tanta información como si de un conocido se tratara!
En el bus se crea una mini sociedad de vidas ajenas que confluyen convirtiéndose en extraños conocidos, sin conocernos. De gente que sabes o percibes fragmentos de su vida y su día. Somos caras cotidianas que podríamos reconocer en cualquier lugar sin atrevernos a saludarnos, pero con esa complicidad de identificación.
Y es que somos de costumbres. Ver cada día a las mismas personas, ser un grupo, nos reconforta. Es la naturaleza humana, apropiarnos de todo. Yo siempre digo MI busero para referirme al conductor habitual, y el día que subo y hay otro su saludo no me sienta igual.
¿No os ha pasado que un día salís de casa y no hay la gente ni el trafico de siempre y os embarga una sensación de desazón, cómo si algo no fuera bien?
Cierto llegan a ser el ritual diario, como el cafe con leche nada más levantarte que si no lo tomas no estas bien. Estas personas es lo mismo sino no estan o cambia el conductor ya no es lo mismo.
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